A primera hora de la tarde de ayer se publicaba en la página de «EL PRÍNCIPE LILA» http://elprincipelila.com un artículo de la psicóloga y sexóloga Martina González Veiga http://m.facebook.com/con.muchogusto.9 sobre asexualidad, titulado: «La cara B de la visibilidad ¿asexualfobia?» http://elprincipelila.com/2016/05/04/la-cara-b-de-la-visibilidad-asexualfobia/

 Poco después y en contacto directo con la autora del artículo, nuestra colaboradora Antía Trans  www.twitter.com/transantia lo lee, lo comenta con esta y nos ofrece este análisis… (también publicado en la página «Salí de los baúles de La Piquer») www.facebook.com/comunicandomidisforia

 No entiendo qué le pasa a este mundo, ni entiendo la necesidad imperiosa de evaluar y juzgar las etiquetas del resto de la gente. Siempre parece haber un puñao de personas que se creen poseedoras de la verdad absoluta y la imponen desde sus cátedras. Ahora que una marca de colchones (cuyo anuncio no he visto) ha lanzado una campaña publicitaria donde se visibiliza al colectivo asexual, una pila de pensantes y resabidos lanzan sus críticas, ya no contra la marca de colchones, no… contra el término (o etiqueta) «asexual» para instruirnos sobre la condición sexuada del Ser Humano.

 Su gesta se traduce en que es una etiqueta errónea, que no existe (¿entonces qué hacemos hablando de algo que no existe?) o que no debería existir. La etiqueta… porque la abstinencia sexual, el desinterés sexual, y/o la castidad y el celibato no son más que estados pasajeros, propios de una disfunción sexual de los seres sexuados. Bueno, eso es lo que nos dicen desde sus cátedras… cuestiones que contraataca Martina en su artículo.

Yo he vivido más de tres décadas con un DNI que me identificaba como «HOMBRE» y ahora vivo con un DNI que me identifica como «MUJER» y, con este ejemplo, quiero decir y demostrar que las etiquetas con las que nos identificamos son móviles. Igual que elegimos un color favorito y podemos modificarlo, o tener preferencia por una gama de colores en lugar de uno solo, sin que permanezca estático este gusto.

Pasa con la ropa que nos ponemos, igual hay «temporadas» en las que usamos hasta la saciedad una prenda y luego pasamos semanas o meses sin repetirla. Yo me he vestido (por imposición social) con pantalones desde la infancia hasta la edad adulta, siendo anecdótico el uso de faldas (con carácter lúdico, en fechas y fiestas donde disfrazarse estuviera permitido)… sin embargo hace dos años y pico que he tomado la decisión, sin imposición de nadie, de ponerme faldas y, ahora, lo anecdótico es que haga uso de pantalones. Y si los uso, estoy ejerciendo mi derecho de libre elección de indumentaria… pero no es, en ningún momento y bajo ningún concepto, un síntoma de que «vuelvo a ser hombre» o que «me canso de ser mujer»… como algun@s pueden aprovechar para apuntillar.

Las etiquetas, como bien dice Martina en su artículo, ayudan (y mucho) a las personas y a su bienestar… pero en las personas sanas y equilibradas el uso de etiquetas no está por encima de la libertad del desarrollo y la evolución personales. De modo que somos las personas las que usamos las etiquetas y nos etiquetamos… y nos desetiquetamos cuando queremos. Pero sería malo y perjudicial el uso de las etiquetas con un fin dañino; cuando es el resto de la sociedad la que te cuelga la etiqueta y la tiñe de negatividad y conflictividad. Haciendo de este acto un ataque a tu libertad personal.

Yo me autoetiqueto como transexual, transgénero y asexual… e incluso acuño un nuevo término: LesbianAfectiva.

Pero mañana, dentro de meses, o años, puedo hacer de mi capa un sayo y desetiquetarme. O reetiquetarme para dar una definición diferente.

    Lo dicho, es la persona, soy yo, quien desde su individualidad y en ejercicio de su libertad personal hace y deshace lo que le viene en gana. Ayudemos, en lugar de poner zancadillas y trabas, a que esas personas (y yo) podamos etiquetarnos como «ASEXUALES» sin mayor perjuicio del ya existente. Que es el de serlo en una sociedad hipersexualizada y machista, donde la poca y chunga educación sexual que se divulga sigue centrada en la genitalidad. Otorgando un valor extraordinario a la penetración de los penes (masculinos, claro) en las vaginas (femeninas) por aquello de dar reflejo al sentimiento de dominación y sometimiento del hombre sobre la mujer.
    Una educación sexual que, evidentemente, niega a las mujeres la capacidad de «follar» entre sí… no va a reconocer la posibilidad de ser asexuales. Una misma educación sexual donde las orientaciones afectivas no se disgregan de las orientaciones sexuales, porque se entiende que van al unísono, de la mano, parejas y en bloque. De modo que no puede darse cabida a una orientación afectiva equis pareja y simultanea con una orientación sexual diferente, incluso asexual.
    Es por todo esto que tod@s, las personas en conjunto y por separado, debemos reflexionar si la tan consagrada penetración, el coitocentrismo patriarcal, es acorde a lo que vivimos, sentimos, precisamos, compartimos, experimentamos o necesitamos… y si no es hora (que va siéndolo) de echar mano de otras formas y fuentes de educación sexual. Donde, por supuesto, la asexualidad tenga la cabida que debe tener… y donde la oposición a la asexualidad, su negación, invisibilización, actos en contra, etc. se reconozcan como alosexismo.
    Las personas feministas no deberían ser alosexistas, del mismo modo que quienes luchan por los derechos de los animales lo hacen inevitablemente por los derechos humanos… y cuando vayamos avanzando y reflexionando, meditando, experimentando y creciendo, seremos más libres… y no por ello tendremos menos etiquetas. Las etiquetas seguirán creciendo y dándonos la libertad de ser, o no ser, de etiquetarnos, o no.
    Además, bien pensado, la existencia o presencia de personas asexuales ¿a quién puede molestar o perturbar e incordiar, realmente?
    Dormir vamos a dormir igual, de modo que necesitaremos colchones, de cualquier marca y modelo…
    ¡Gracias Martina por el artículo! Hoy me siento bien!! Hoy me siento…. !!

Hablando de asexualidad-por Antía Trans

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