« No sé bien a qué altura de la noche fue, en mis sueños, pero el caso es que me encontré jugando un partido en el pabellón del Colegio Calasancias… era un partido «normal» sin expectación mediática, donde la afición era la habitual, poca, y entre esa afición había una jugadora de voleibol de un equipo gallego que me felicitó al acabar un partido y nos pusimos a hablar… y hablando nos dieron las mil, hasta que era hora de dormir. Y la invité… sin que hiciera falta explicar nada, el sueño era tan perfecto que hasta en su visión de la asexualidad era perfecta.
Dormimos juntas, abrazadas y despertamos felices y con ganas de repetir mil noches más…
¡Qué bonito es soñar!
Pero volviendo al sueño… es decir, siguiendo con él, sí que fue precioso, y no te lo he contado en profundidad, de modo que voy a hacerlo, porque lo fue en cada detalle… y se merece que lo cuente como fue.
Se trataba de una jugadora de voleibol de otro equipo que me seguía por Twitter (ya tengo unas cuantas seguidoras de esas) y que se había enfrentado a mi equipo y a mí con anterioridad, pero no se había atrevido a decirme nada en esas ocasiones previas. Entonces fue hasta el siguiente partido a verme desde la grada… y al terminar yo fui a la grada a saludar a gente, momento que aprovechó para saludarme y felicitarme.
Y nos miramos en silencio, sus ojos eran de un color marrón claro, con reflejos amarillos traslúcidos como la miel cuando le da el sol, llevaba el pelo suelto, no llegaba a ser largo, a duras penas le cubría las orejas, le bordeaba la mandíbula y le acariciaba el cuello, pero no era corto como el mío, y el flequillo le cubría mitad del rostro de medio lado… eso fue suficiente para entendernos.
Ella esperó a que yo fuera al vestuario y saliera duchada y vestida de calle, de modo que al ir a la grada de nuevo ella seguía allí esperando y viendo otro partido de otros equipos.
Algunos fines de semana se organizan partidos a varias horas seguidas y en los torneos de verano hay clasificaciones por las mañanas, semifinales o cuartos por la tarde… y la semifinal o la final al día siguiente. De modo que era uno de esos fines de semana de verano y hacía calor.
Nos sentamos en la grada juntas, ella se puso a mi izquierda, llevaba una bermuda de cuadros de muchos colores, de una de esas marcas vinculadas al surf principalmente, y una camiseta sin mangas que dejaban sus hombros al descubierto. Hablamos de voleibol, de técnica, de táctica, de juego, de equipos… y hablamos de Twitter, de nuestra relación virtual, de nuestros «like» y «retuits» y de los mensajes privados que ya nos habíamos escrito, hablamos de lo que no publicamos por ser políticamente correctas… hablamos de nuestra vida más allá de eso, de las redes sociales y del voleibol, hablamos de viajes, de lugares, de aspiraciones y deseos personales…
Extrajo su smartphone de una bandolera de loneta blanca y azul, de la misma marca que las bermudas, me mostró fotos de sus viajes, de lugares y personas interesantes e importantes para ella. Luego me cedió el turno y me reí… saqué de mi bolso mi teléfono con una mueca de inutilidad, mi móvil es un Nokia de 1999, con dos prestaciones básicas; llamar y recibir llamadas. Se rió y guardamos los teléfonos.
Hablamos, hablamos y hablamos… mucho… y comimos juntas una ensalada y unas piezas de fruta. Nos reímos, disfrutamos, nos tocamos sin a penas querer, con la escusa de secar esas gotas de jugo de las peras que corren rebeldes por la barbilla cuando las muerdes. Bromeamos con los plátanos y reímos.
Y la jornada se hizo breve, corta, aunque hubiera sido larga… qué te puedo decir… cuando estás a gusto el tiempo vuela y esas ocho horas en verdad parecieron ser «un ratito» pero vaya ratito…
Y claro, llegó la hora de irnos, fuimos a pasear por la ciudad, a cenar una pizza, a disfrutar de la playa vacía, etc.
Entonces llegó la hora de despedirnos, caminábamos ya, consciente o inconscientemente en dirección al aparcamiento del coche. Dónde quedaba ya que hubiésemos hablado de Twitter y de esas mil referencias a mi asexualidad… sin embargo no fue necesario retomarlas, ni mencionarlas, ni recordarlas, ni nada… ese momento en el que se debía ir conduciendo a su pueblo, tarde, se veía venir desde hacía horas y las dos lo habíamos estado retrasando.
Entonces la invité a quedarse a la final del día siguiente… como si para ello no hiciera falta dormir, ni pasar por mi casa, ni compartir el baño y prestarle uno de mis pijamas… sólo le dije;
– ¡Quédate a la final de mañana!
Era «hoy» por la hora que era pero daba igual en ese momento… ninguna iba a protestar por dormir pocas horas.
Me miró en silencio, me hizo dudar, pensé que diría que no, de hecho, pero me posó las manos en las mejillas y besó mi frente. Aceptando con un sencillo «Vale!» y terminamos en silencio el corto paseo que quedaba hasta el coche, mirándonos y sonriendo.
Usamos el coche para llegar a casa y subimos a dormir.
Le dije lo típico, cuando dices de broma;
– Pasa y siéntete como en mi casa…
Le dejé usar mi baño, le presté un pijama, de dos piezas, un short de cuadraditos naranjas y rosas y una camiseta de tirantes con una nube bordada en medio del pecho y varias zetas de colores naranja y rosa revoloteando alrededor. Y me puse el mío, blanco, con pececitos y burbujas estampadas en la parte de arriba y un pecezote grandote en el culo, eran pecer rojos.
Quiso que habláramos pero le dije que estaba cansada y la abracé desde la espalda. Y dormimos…
Despertamos abrazadas, con su cara en mi pecho, su pelo suelto y revuelto.
Nos miramos y sonreímos felices, fue lo mejor (quizá) del sueño… ese despertar y mirarnos en silencio.
Sintiendo un irrefrenable impulso de decir; Te quiero.
Y sólo nos miramos, acariciándonos las mejillas, yo las suyas y ella las mías. Con sus codos en mis pechos, en silencio, sin saber qué hacer… consultando con los astros si era el momento de besarnos.
Y ella cerró los ojos, sin moverse, de modo que me acerqué yo, entendiendo que era una aprobación…
Y aún así, con la nariz en contacto con la suya, le dije que me apetecía besarla, sé que lo sabía y que estaba esperando que lo hiciese, pero me quedé esperando una respuesta;
– Lo sé (dijo) y estoy deseosa de hacerlo, de que me beses…
Y nos besamos.
Ese fue el culmen del sueño…
Nos besamos, nos abrazamos, nos miramos, nos dijimos cosas en silencio… y nos levantamos para ir a la final.»
esta es una de esas historias que nós hace suspirar, sonreír, creer, crecer y sobre todo amar quienes somos.