Cap-11 ¿Para ir al súper hay que tener Valor, o no?                                                         

A todo esto, el día que conocí a Luz, al mediodía, después de haber comprado todo lo necesario para la fiesta en el mismo supermercado, resulta que quedaban sólo unas horas para la fiesta y ocurrió esto, que pasé por delante del supermercado que hay en la Plaza De La Paz, donde trabaja una cajera que se llama Helena… a la cuál conozco desde ¿Navidades? creo que desde esa época, o antes… y siempre habíamos tenido una especie de tonteo, algo raro, como si fluyese mucho humor y muy buen rollito (más del normal) pero tampoco voy a exagerar, no vaya sea que me dé un tortazo padre…

A lo que íbamos… pasé por delante y miré hacia el interior, entonces vi que estaba ella cobrando en la caja rápida… pero seguí hacia mi casa, pensando para mis adentros cómo me molaría no tener Valor en casa, o tener valor a decirle algo más, a darle mi teléfono, o algo… no sé… quizá pasar de las indirectas sutiles a directas más evidentes.

Y cuando había llegado a la esquina y seguía pensado en ello me dije a mí misma:

– Yo tengo valor para hacerlo… ¿por qué no iba a tenerlo?

Pues nada, si no es por una cosa es por otra, o porque sí… pero me di media vuelta, entré, fui directamente a la cola para pasar por su caja, esperé los turnos que me tocaba y puse mi teléfono sobre la zona de cobro… evidentemente lo miró, al teléfono, y luego me miró a mí y no recuerdo si llegó a decirme algo, o sólo puso cara de interrogante… pero yo le dije:

– Quería darte mi teléfono… por si un día me quieres llamar…

Entonces sí me ha preguntado “¿Y eso?” a lo cual le contesté:

– Porque cuando nos vemos aquí siempre estás trabajando y no me haces caso y, cuando podrías hacerme caso, que es cuando no estás trabajando, no te veo… de modo que esto es lo que se me ha ocurrido.

Y dijo:

– Entonces mejor es que lo anote aquí… sacó papel de la caja, un bolígrafo y tras poner mi nombre me miró esperando el número…

Se lo di y me alejé… y mientras me alejaba, me dio las gracias con un grito a media voz, que hizo que la gente presente se quedase flipando… Yo también salí a la calle bastante flipada, sorprendida de dos cosas. Mi valor, acababa de hacer algo impensable minutos antes, y su reacción, mucho más positiva de lo que pensé que iba a ser. ¿Se habría sentido de verdad piropeada, o quizá acosada? Lo que sí había hecho, aparentemente, era aceptar el juego.

Ahora, me tocaba esperar…

Esa noche fue la fiesta, conocí a Luz, de modo que prácticamente me olvidé de Helena. Pobre muchacha, menudita, delgada, morena, de rizos y melena corta, con manos finitas, pequeñas y delicadas, aunque a la vez rudas, curtidas de trabajar y mover cajas y carros, de andar con precintos que lo mismo había que quitarlos, que ponerlos, o recogerlos del suelo y hacer una bola tras desprecintar medio centenar de cajas. Tenía unos brazos delicados y velludos, que me atrajeron tanto cuando la conocí como sus ojos, marrones. Era bella, pese a ser la antítesis de una tía buenorra, o de la misma Luz. Era interesante y misteriosa, despertando un enorme sentimiento de atracción en mí… y deseaba de verdad conocerla más y averiguar miles de cosas sobre ella.

Luz eclipsó todo aquello esa misma noche, de modo que pasó el tiempo y se puede decir que no me volví a acordar de Helena más. Incluso volví a ir al súper a comprar mis tabletas de chocolate Valor, al vivir en la Avenida de la Felicidad me quedaba cerca la Plaza de la Paz pero algo, lo que fuese, había hecho que no coincidiéramos. Mi compra antes de la fiesta había sido cuantiosa y debía durar algo más de un mes cuando la calculé, de modo que al llegar Luz y comer tantas veces otras cosas, mi alacena no se vaciaba al ritmo previsto.

(Continuará…)

«Hay una luz en el baño»por Antía Trans

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