Hace tiempo, después de un periodo más o menos largo sin pisar la noche de mi ciudad, me dirigí con un grupo de conocidas a tomar unas copas a un local de ambiente en donde solían darse cita cada sábado mujeres de un amplio abanico de edad. La noche era bastante prometedora, buena música, gente divirtiéndose, ausencia de lluvia por primera vez en muchos meses y sobre todo, fiesta.
Podría decirse que todo lo anterior sonaba muy bien hasta que algo en el local comenzó a sonar diferente, además de la música y el ruido normal de la gente comenzamos a escuchar voces más altas que otras, lo que parecía un grupo de chicas bailando empezó a parecernos algo distinto y, cuando nos dimos cuenta, estamos en medio de una marabunta de chicas que se propinaban puñetazos, patadas, tirones de pelos e insultos por doquier.
Lógicamente, pararon la música y, como pudimos, entre tanta confusión, nos marchamos del local hacia la calle, mitad asustadas y mitad perplejas. Al llegar afuera alguien nos comentó que el germen de la pelea había sido una discusión entre una pareja de chicas que llevaban un tiempo sin pasar por su mejor momento.
«Mejor momento», pensé, si ese era calificado simplemente de «no ser su mejor momento», como sería el peor?. No entendí el sinsentido de violencia de aquella noche y lo guardé todo en mi disco duro de apocalipsis personales y otras calamidades vividas en el ambiente nocturno de mi ciudad.
Con el paso del tiempo empezó a interesarme mucho todo lo relacionado con la violencia de género y os preguntaréis que tiene que ver esto con la violencia de género, estábamos hablando de una pareja de lesbianas…pero, en mi humilde opinión, el sistema cultural y social en el que vivimos, basado en el patriarcado y el machismo mas puro, hace que este tipo de conductas de violencia física, verbal y emocional, trascienda y se abra paso no solo en relaciones heterosexuales, sino también en relaciones lésbicas.
Hay muchos mitos, gilipollescos todos ellos, que impiden que como mujeres sepamos reconocer que a veces nuestro modo de relacionarnos es tóxico, machista y cargado de complejos de inferioridad, lo cual sumado, da lugar a violencia asegurada.
Muchas mujeres creen que la violencia es exclusiva del hombre hacia la mujer, que otra chica nunca podría ser su maltratadora, o peor, solo creen que violencia es sinónimo de moretón, patada o puñetazo. Por desgracia, día a día podemos ver que en muchas relaciones entre lesbianas la violencia verbal y el maltrato psicológico están a la orden del día.
Personalmente creo que ser lesbiana es una opción y un modo de vida, y,
aunque tanto mujeres como hombres tenemos las mismas necesidades emocionales y también las mismas papeletas para llegar a ser maltratadas/os psicológicamente, el modo de relacionarnos entre nosotras tiene que empezar a ser muy distinto y tiene que estar alejado de lo clásicamente hetero, machista o patriarcal.
Está claro que, cualquier ser humano, sea hombre o mujer, si se encuentra en una relación plagada de insultos, faltas de respeto y humillaciones, está inmersa/o en el abismo del maltrato psicológico. Sin duda, esto no se produce de golpe ni de un día para otro, muchas veces es la dependencia emocional la antesala de todo y lo peor es que las mujeres que lo sufren, especialmente en relaciones lésbicas, en donde todavía hoy es más complejo reconocer cierto tipo de maltrato y, a nivel social, resulta mucho más complicado para las victimas reconocerse como tales, tienden a volverse cada vez más dependientes de su pareja.
Lógicamente cualquier mujer víctima de maltrato psicológico quiere huir de ese tipo de relación, pero la nula autoestima bloquea ese proceso y acaban dudando de si su agresora lo es o de si realmente quieren normalizar esas conductas o no.
Los síntomas del maltrato psicológico van más allá de la anulación de la autoestima, la agresora simplemente no permite a la agredida ser quien es, y no lo hace dando órdenes explícitas, lo hace no dando opción de mostrar disconformidad, anulando incluso la capacidad de diálogo o discusión o proporcionando pequeños «castigos» que van a dar a la víctima en donde mas le duele, en todo su mecanismo de dependencia emocional.
La maltratadora juzga de manera constante a la víctima, como habla, como se expresa, la intensidad con la que lo hace, con quien, juzga a quien se da el afecto y también las muestras de afecto que no tienen que ver con ella, la agresora psicológica quiere llevar a la víctima hacia su propio molde y a que cambie.
Para mantener relaciones sanas, confortables y productivas con otras mujeres es necesario que cada una, como mujer en primer lugar e inmediatamente después como lesbiana, analice sus carencias, sus virtudes, lo que quiere y lo que no quiere en la vida para no caer en las mismas redes.
A mi juicio la clave es el apoyo mutuo porque somos un colectivo doblemente reprimido, en primer lugar por ser mujeres y en segundo lugar por ser lesbianas, alejémonos de los insultos que nuestros agresores por naturaleza nos han enseñado a propinarnos a nosotras mismas, nuestro cuerpo y nuestra mente son un campo de batalla y, ya para terminar, insisto en que como colectivo tenemos toda la furia necesaria para ganar la guerra a la violencia.
La invisibilidad del maltrato en relaciones entre lesbianas